8 de set. 2017

En la mezquita

Resultat d'imatges de mezquita terrassa

Por primera vez en mi vida, entro en la mezquita de la ciudad en donde vivo, con mis compañeros de trabajo. Mustafá nos guía. Mustafá es un hombre suave de gestos y de palabras. Nos invita a quitarnos los zapatos y nos acompaña por la gran sala central del templo, que huele a aire fresco. Mustafá ha venido acompañado por su hijo, un niño que se muestra discreto y silencioso. Nos disponemos en círculo para escuchar a Mustafá

El niño se sienta en una silla, al fondo, en la parte escueta de penumbra de este espacio blanco, austero, casi minimalista. Por el tragaluz entra el sol que matizan los cristales esmerilados. Mustafá, su padre, nos está contando qué es una mezquita, como se eligen a les imanes, como se distribuyen los fieles en la oración, los pilares del islam, las tradiciones y un montón de cosas. Estamos sentados en círculo encima de la alfombra y descalzos. Estamos atentos a las palabras de Mustafá, que habla tal como hablan los hombres tranquilos, muy parecidos a los hombres que viven en paz, muy parecidos a los sabios.

Pronuncia muchas veces la palabra "espiritualidad" y ninguna "religión".

Mustafá se esfuerza en desarticular los bulos, los chismes que corren por el barrio. Es exquisitamente respetuoso con las leyes, con la Constitución. Pocas veces alguien me ha emocionado cuando habla de leyes generales. Aunque me doy cuenta de que, cuando habla de leyes, está hablando de cuando las leyes protegen a las personas, a todas por igual. Está bien que alguien nos cuente que es bueno vivir en un país democrático, con leyes y Constitución. La alfombra está tan limpia que se merece el adjetivo "impecable".

A veces, de soslayo, miro hacia la parte donde está sentado el hijo de Mustafá. El chaval debe tener unos 14 años y parece un niño tan tranquilo y tan paciente como su padre. Tiene la mirada de los niños que saben que se está muriendo el verano y deberán volver al cole. Quizás piensa en eso, en el verano de esa infancia que se acerca a su fin, que el verano y la infancia se parecen aunque eso le sea muy difícil explicarlo, por ahora. Más adelante. Me pregunto qué debe sentir el niño, porqué sabe que esa veintena de personas sentadas en la alfombra que escuchan a su padre son maestros de escuela, esas personas con las que muy pronto deberá volver a lidiar. Está ensimismado, como cualquier adolescente entre adultos.

A una señal de su padre, el niño se levanta y se encamina hacia una pieza que hay en el fondo y vuelve con una tetera y luego otra vez, ahora con un plato de pastelitos árabes, miel, sésamo, almendras. Mustafá cuenta que, cuando se van a Marruecos, en verano, allá les llaman "los españoles", y cuando vuelven en septiembre a esta ciudad, aquí les llaman (les llamamos, vaya) "los moros". Le pregunto como se siente su hijo en este asunto, cual es su identificación en ese dilema que no debe ser fácil a los 14. Mustafá, que es un hombre muy inteligente, me responde hablando del futuro. No voy a transcribir sus palabras si no el significado de ellas, y lo hago de forma resumida: "Yo le digo que su futuro está aquí".

Vuelvo a mirar al niño que, tras llevarnos el te y las pastas, ha regresado a la penumbra en silencio. Yo me comportaba igual que él cuando mi padre llevaba aquellas visitas a casa, y venían unos hombres y mujeres bastante serios, y hablaban de política en voz más bien baja y yo me mostraba respetuoso, abrazado a mi ignorancia: no entendía ni un ápice de lo que hablaban aquella gente. Recuerdo que yo también tenía esa actitud solícita, las orejas abiertas mientras, sin embargo, pensaba en las niñas de la clase. A los 14, yo pensaba en Isabel Casamayor de la cual, poco más tarde, ya nunca jamás sabría nada. Con Isabel Casamayor nunca nos dimos ni un solo beso, no hubo nada de nada de nada. Pero me pasé todo un verano pensando en ella y ese tanto pensarla no tuvo ninguna consecuencia en la realidad del mundo ni en las verdades de la piel, pero entonces yo no sabía, todavía, de esas contradicciones.

Mientras le doy sorbos a ese té delicioso, me doy cuenta de que el niño ya no está. Se ha ido hacia otro lado, a sus asuntos.

Cuando salimos a la calle (¡plaza Cataluña!), una vez provistos de nuestros zapatos, descubro que las nubes, de un gris suave, nos protegen de la prepotencia del sol y la temperatura es bastante agradable, aunque sean las doce y media del mediodía. Pienso de nuevo en el niño. Por más adolescente que esté, estoy seguro de que confía ciegamente en nosotros, en los profesores y en el país en general. Y debe pensar en niñas pero a veces en qué le gustaría ser, en el futuro. Y yo pienso que me gustaría que le vaya bien, que lo consiga. Que un día, cuando yo sea un viejete, me encuentre al hijo de Mustafá convertido en médico del ambulatorio, enfermero del hospital, cartero que me lleva libros antiguos comprados en Iberlibro, fontanero que me arregla la ducha destartalada, taxista que me lleva a urgencias. Y que me cuente:
-¿Sabes? Yo besé a Isabel Casamayor y compartimos una noche de amor. De amor, como lo oyes.

2 comentaris:

  1. Simplemente bello.
    ¿Qué más puedo decir ?

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  2. D'aquests apunts amb què et creixes i fas crèixer, i em reconciliïes amb el món... Gran...

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