31 d’ag. 2017

La integración según Jordi Arbonès

Resultat d'imatges de el temps dels assassins

En estos días en que tanto se habla de la "integración" social de personas con origen extranjero, o de personas de culturas que no son la "autóctona", me he acordado de Jordi Arbonès, un viejo amigo de mi familia materna. Arbonès nació en Barcelona en 1929 y murió en Buenos Aires en 2001.

Arbonès emigró a Argentina en 1956. Estamos en los años más oscuros de España. Para un hombre que ha tenido la suerte de estudiar en Inglaterra, con inquietudes intelectuales y que piensa dedicarse a la literatura como traductor y ensayista, principalmente, y ansioso por conocer mejor la cultura anglosajona, Argentina le ofrece un paisaje más sugerente que el español y además está la casualidad de un giro en su familia, que facilita ese cambio.

Una vez instalado en Argentina, Arbonès se convierte en el primer traductor al catalán de la prosa norteamericana e inglesa contemporáneas. Todo lo que he leído de Henry Miller, de Burgess, de Chandler, de Faulkner y de Henry James en catalán ha sido gracias a su traducción. Y debo decir que son buenas traducciones, que su catalán es vivo, fluido y rico. Quizás algo pretérito, si, pero mucho más interesante que el de algunos autores de hoy, que usan una lengua ñoña e impotente, huérfana de referencias. La literatura catalana en catalán le debe mucho más a los traductores que a los autores.

Mi traducción preferida de Arbonès es "El temps dels assassins", (Time of the assassins) un texto de Miller que es una fabulosa biografía de Arthur Rimbaud que el autor de Nueva York escribió cuando sentía que estaba en su propia temporada en el infierno. En la edición de Aymà editora, de 1966, que es la que tengo, el prólogo es del propio Jordi Arbonès y empieza con esa frase: "Tot allò que ens ensenyen és fals" (Todo lo que nos enseñan es falso).

Mi tío materno, que era amigo de Arbonès des de la primera juventud, mantuvo siempre el contacto y a menudo hablaba de lo que Arbonès le contaba en sus epístolas argentinas. Durante mi infancia, Jordi Arbonès fue para mi alguien próximo, de quien sabía muchas cosas. En la juventud, leer a Faulkner traducido por él era algo que me emocionaba y me sentía orgulloso de saber que ese traductor era un amigo de la familia. Muchas veces pensé en Arbonès y en su valentía. Emigrar al otro lado del Océano Atlántico, instalarse en Buenos Aires y llevar a cabo la profesión que deseaba, todas esas cosas me lo presentaban casi como un mito. Sin embargo, cuando mi tío hablaba de Arbonès siempre mencionaba la melancolía, la añoranza, la morriña. "Arbonès dice que, si el próximo año tiene dinero, vendrá a Barcelona". Y eso sucedía año tras año, pero Arbonès no venía. Pasaban los años y Arbonès no venía nunca.

Cuando por fin pudo venirse, Jordi Arbonès era un hombre muy mayor, cansado, probablemente enfermo. Recuerdo una reunión en especial, una comida en la que Arbonès, después de ingerir buenas cantidades de vino, contó eso: "Des del primer momento en que puse los pies en la Argentina, siempre he tenido una idea fija en la mente: no perder mi identidad". Arbonès intentó vivir como un catalán en Buenos Aires toda su vida y, en cierto modo, lo consiguió. Sin embargo, yo recuerdo al hombre perplejo en Barcelona, a la que casi no reconocía, en donde ya no se sentía cómodo. Habían pasado más de 40 años y ni Barcelona ni España eran las que dejó en 1956. Sus hijos se sentían argentinos y para ellos España apenas significaba nada. Cuando Arbonès pronunció eso de "no perder mi identidad", se produjo un aplauso en la reunión: todos los contertulios lo celebraron. A todo el mundo le gustó la idea que expresaba el emigrante, eso que sonaba a imperativo ético: no integrarse jamás en el país de destino, no diluir la identidad, preservarla pase lo que pase. Yo conocía bien a la mayoría de los comensales que aplaudían la opción ética de Arbonès, y había algo que me chocaba, ya que muchos de ellos les exigían a los andaluces de Barcelona que se arrodillasen ante la lengua, la bandera y las tradiciones catalanas, que renunciasen a su cultura para abrazar a la catalana.

Poco antes de morir, Arbonès le contó a mi tío (que también está muerto) que llevaba años trabajando en una novela muy importante. Pero cuado murió nadie encontró nunca un solo folio, ni una sola cuartilla con un fragmento de la novela importante. Cuando supe eso empecé a pensar en Arbonès de otro modo, se me desmoronó el mito del emigrante exitoso y me di cuenta del drama que había detrás del relato. Fue entonces cuando alguien me contó que Arbonès había subsistido precariamente, que siempre fué pobre, que muchas veces los amigos tuvieron que socorrerle de sus penurias económicas. Entonces me pregunté por el lío de la identidad, de la integración. Y de la acogida. ¿Le acogieron, los argentinos? ¿Cual fue la parte de responsabilidad de Arbonès en su desarraigo, y cual era responsabilidad de los argentinos de su entorno?

Ahora vuelvo a pensar en la historia del traductor migrante, en su obsesión por mantener la identidad del país de origen. Me pregunto a qué se le llama "integración" cuando leo lo que se publica de esos chavales marroquíes de Ripoll, la ligereza en el uso del término "integración". Se nos cuenta que esos chicos de Ripoll estaban integrados porqué fueron a la escuela y hablaban catalán, y además tenían trabajo. ¿Alguien les preguntó por su identidad? ¿Qué conflictos debe haber en ese asunto? ¿Qué hay del conflicto generacional con sus padres?

Y también: ¿en qué consiste sentirse integrado? ¿No será que hablamos de aculturación cuando hablamos de integración?. Y además: ¿qué significa acoger al que llega de fuera, o al hijo del que llegó de fuera? ¿Tenían amigos catalanes? ¿Iban con ellos al cine? ¿Salían con chicas catalanas? ¿Tenían sexo con chicas catalanas?

Dicho de otro modo: a Jordi Arbonès nadie le recriminó, en aquella comida con sus viejos amigos catalanes, que no hubiera hecho nada por integrarse en Argentina. Todo el mundo aplaudió que quisiera conservar su identidad de origen. Y lo entiendo: al emigrante no se le puede exigir que se "integre", porqué las únicas obligaciones del ciudadano de cualquier país son cumplir las leyes del país en donde vive y pagar sus impuestos correctamente. Quizás es una broma extemporánea o un exabrupto, pero no está de más decir que ambas obligaciones no las cumplió jamás la familia de Jordi Pujol.

Para que alguien se sienta integrado tiene que existir la participación de los autóctonos. Es muy posible que el caso de los chicos de Ripoll nos diga que somos nosotros quienes debemos cambiar, aunque esa frase suene mal a los oídos de Xavier García Albiol y a los de la mayor parte del nacionalismo catalán, tan dramático y tan henchido de patriotismo, y que lleva décadas gritándoles a los murcianos, a los andaluces y a los gallegos: "Que s'integrin!" (y ahora: "Que votin al nostre referèndum!") como si el integrarse fuese su problema pero sin osar definir qué significa integrarse ni porqué. Habla catalán, pero a nuestras mujeres no las toques, baila sardanas, pero no oses quitarnos nuestros puestos de trabajo.

Hoy lamento que Jordi Arbonès muriera en 2001, porqué me encantaría poder hablar con él de todo eso. Y puestos a imaginar, me imagino llevarle a hablar con esos chavales de Ripoll que, oh dios mío, también están muertos. Qué fantástica conversación hubieran tenido, qué pena que eso ya no sea posible. Me siento como aquellos pesimistas medievales que pensaban que solo la muerte nos reúne a todos, nos globaliza y nos integra.

28 d’ag. 2017

Integración social por vía genital

al Siscu, que me dió la idea y me abrió los ojos sobre ese asunto
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Cuando yo era muy joven, de algunas chicas que militaban en organizaciones de la extrema izquierda se decía de ellas que militaban por "vía genital". Es decir, se insinuaba que las militantas de los grupos trotskistas y leninistas lo hacían porqué sus novios, o amantes o rolletes las empujaban (nunca mejor dicho) a afiliarse. Eso era una broma, claro. Una broma de tintes muy machistas, por supuesto.

Hablando de otro orden de cosas, pero sin ir muy lejos: parte de la "integración" de los inmigrantes murcianos, andaluces, gallegos, manchegos y etc en la Cataluña de los 50 a los 70 se produjo por la vía matrimonial (vamos a escribir "matrimonial" en vez de "genital", que suena más correcto). Aunque de la unión de un inmigrante y un catalán nacieron los "charnegos", que es, según la etimología sinónimo despectivo de "mestizo" y no de "extranjero", es evidente que el emparejamiento de personas autóctonas con foráneas facilitó eso que se llama la "cohesión social", es decir, la "integración".

Mi abuelo materno, catalán de Figueres, se fugó de una familia demasiado conservadora para su gusto y se fué a Barcelona con nada, donde se casó con una inmigrante murciana, de Cartagena. El abuelo paterno, nacido en un pueblecito de Tarragona azotado por la filoxera, emigró a Barcelona y allí desposó una sirvienta que procedía de Castellón (en aquel tiempo todavía no se había encuñado la patraña romántica de "Països Catalans). Mis dos abuelas, una vez casadas, no tan solo adoptaron la lengua catalana si no que, además, les hablaron en esta lengua a sus hijos. O más o menos: el bilingüismo no estaba estigmatizado todavía, y las dos lenguas convivían sin muchos problemas. O con ninguno. La inmersión lingüística de la escuela catalana de Pujol (final del sueño de una escuela democrática y humanista), que está en el origen del conflicto, tardaría décadas en llegar.

El fenómeno que se halla tras la idea más bien borrosa de la "integración" de los inmigrantes en Cataluña tiene poco que ver con el Futbol Club Barcelona y con otros asuntos que se han aportado, ni con el supuesto carácter acogedor del pueblo catalán, que es algo indemostrable. Los gitanos llegaron a España hace unos 500 años y a ver quien afirma que fueron acogidos.

Pero en cualquier caso: ¿a qué se le llama "acogida"? "Acoger" no puede limitarse a "permitir vivir", eso tendría otro nombre. Los gitanos se asentaron en donde pudieron y allí crearon lo que hoy llamamos "guetos". Los inmigrantes murcianos y luego los andaluces que llegaron a Barcelona se asentaron en las barracas (en inglés, Shantytown). Y luego, lentamente, vino el mestizaje, que es un fenómeno que sucede por abajo de la escala social.

Aunque hay ejemplos famosos de señoritos de la burguesía barcelonesa que se casaron con sus criadas y asistentas, el grueso del mestizaje sucedió por el estamento más bajo. Yo he aportado mis dos abuelos como ejemplo para el asunto: el uno, desheredado, el otro, campesino empujado a Barcelona por el hambre.

Del mestizaje entre catalanes autóctonos e inmigrantes del resto de España surgió una población charnega (mestiza) que hoy es la mayoritaria en Cataluña, y que ha alcanzado posiciones sociales nada desdeñables. Ninguno de ellos ha sido "conseller" en ningún gobierno de la Generalitat gobernada por Convergència. Pero han llegado a maestros, profesores, policías, médicos, periodistas. [El caso de José Montilla debe explicarse aparte].

Todo eso viene a cuento de la pregunta que hoy me planteo: ¿qué pasa con la población megrebí que llegó a Cataluña? Me lo estoy preguntando muy en serio. ¿Alguien conoce casos concretos de matrimonios entre magrebíes y catalanes? Yo conocí al hijo de uno de esos, porqué los hay, pero debo decir que es una historia bastante trágica y penosa, que valdría para escribir solo sobre ese caso, y para escribir largo y tendido.

Con la inmigración latinoamericana sucede algo no muy alejado, pero es distinto. Quizás por el idioma compartido o por motivos de orden cultural que se me escapan, el mestizaje de catalanes y latinoamericanos, aunque escaso, es posible. Y sucede. Ese asunto es (debería ser) materia de un estudio de los de veras. De sociólogos y antropólogos culturales y cosas parecidas. Hay que hablar del concepto de la "integración", de como sucede eso, de qué requisitos se deben dar. Del mestizaje. Del matrimonio entre personas de orígenes distintos. "Integrarse" en Cataluña no puede limitarse a hablar catalán porqué te lo han impuesto en la escuela. No es haber aprobado la ESO. No es tener un trabajo precario (como lo tienen tantos catalanes, autóctonos y mestizos).

La integración (su estudio, su comprensión) debe abarcar la sexualidad. Tal como suena.

¿Qué perspectivas sexuales tiene un joven, hijo de inmigrantes marroquíes, en Ripoll? ¿Tiene algo que ver la frustración de sus probables espectavivas sexuales con las chicas autóctonas, y con las derivas patológicas de esa frustración que terminan en atentados suicidas? ¿Puede existir un Pijoaparte hijo de marroquíes que dé con una Teresa? -uso el ejemplo de la novela de Juan Marsé con toda la intención, por supuesto. ¿Por qué hay matrimonios mixtos (de esa mixtura) en Inglaterra, en Francia y en los Estados Unidos -y en otros lados- pero no en España?

Sigmund Freud, que vivió (y murió) hace muchos años, tendía a buscar el origen de las patologías mentales en lo del sexo. Quizás no estaría mal pensado volver al médico vienés para pensar, de nuevo, en la sexualidad (frustrada, prohibida, estigmatizada) para comprender cosas que suceden hoy. ¿Alguien se pregunta por el origen de los clientes de los grandes prostíbulos de La Jonquera? -por ejemplo.

Solo una mentalidad de beatos y de hipócritas nos impide preguntarnos esas preguntas. Pero a mi me parece que son pertinentes.




27 d’ag. 2017

La pena de muerte en Cataluña

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En España, nada es real hasta que sangra: mujeres, hombres, toros. Quizás por eso amamos el vino tinto, por ese color rojo sangre que nos gusta contemplar al trasluz del vaso, la copa, el chatito, antes de engullirlo. El primer sorbo suele ser áspero o incluso desagradable, y nos dibuja un mohín feo en la cara. Luego uno sigue bebiendo, ya con placer, a medida que la sangre se va calentando y el estómago se acostumbra.

En la primera escena de la cinta "Medea", de Pasolini, (iba a escribir "San Pasolini" pero me censuro), un personaje recorre los viñedos griegos regando con sangre las hojas verdes. Es una imagen muy poderosa. Según parece, el ritual de regar con sangre los viñedos se practicaba en la Grecia antigua, la pre-clásica, y era un ritual de fertilidad, uno de los muchos rituales agrícolas primitivos que cayeron en desuso con el triunfo de la Grecia urbana. En palabras del propio Pasolini, "Medea" explica el conflicto entre la Grecia primitiva y mágica de Medea y la burguesa y pequeña de Jasón.

Me vino a la mente la escena del director italiano cuando, mirando las noticias de la tv, vi el cuerpo de un joven desangrándose en un viñedo catalán, de los de la DO Penedès. Y he decidido empezar a escribir algo sobre este último asunto empezando por el otro, por la "Medea" y por Pasolini. Pasolini, que buena falta nos hace, murió en 1975 a manos de un chaval al que la policía detuvo y llevó ante el juez. Me guste o no, vengo de una tradición humanista de tintes cristianos en la que "el otro", la justicia, el perdón, el diálogo, la discutible compasión siguen teniendo significado.

Hace unos días me metí, por imprudencia mía, en un debate del Facebook (cada vez más agrio ese Facebook), y opiné algo sobre la captura de los chicos que atentaron en Barcelona. Quizás no fui lo bastante diplomático, pero la muerte me resta diplomacia. Me preguntaba allí por la actuación de la policía autonómica, por su forma de tratar a los sospechosos: todos abatidos. "Abatidos", un término procedente de la caza que se ha extendido a toda prisa y al que se han afiliado todos los medios y no solo la Tv3 aunque la Tv3 con una ilusión muy predecible. "Abatir" no es tan solo un eufemismo por "matar", si no que también es una distinción: los terroristas matan, la policía abate. Pero no vamos a quedarnos en esos juegos semióticos de la prensa: hay gente mucho más sesuda que saben tratarlo muy bien.

Yo me preguntaba, en aquel foro en el que me metí por imprudencia, si la función de la policía no es más bien detener al sospechoso para llevarlo ante el juez, una función que parece más acorde con el tan insistido estado del derecho, y en una España en donde tanto nos gusta hablar de presunciones de inocencia. Alguien me advirtió de que, tras los atentados del 11S, hay algo tácito en todos los cuerpos policiales: el número de sospechosos "abatidos" es enorme, mientras que el de los detenidos es muy escaso. Hagan ustedes un repaso por la hemeroteca y verán: París, Bruselas, Niza, Londres. Y ahora, Barcelona, Cambrils. Según muestran los noticiarios, lo que sucedió en Cambrils tiene pinta de ejecución.

En ese foro de mi imprudencia, me preguntaba, también, como es que en las ruedas de prensa de la policía catalana ningún periodista preguntó (en ninguna lengua) por esas muertos en las calles de Cambrils, por ese muerto en el viñedo del Penedès. Me sorprendió la ausencia de preguntas sobre el asunto, aunque yo mismo, mientras preguntaba, me respondía que quizás la pregunta es prematura y que hay que esperar. La justicia es lenta, el duelo y el horror son largos.

Para mi desgracia, en ese foro en el que osé participar con mis cuestiones, estaban, también, dos miembros de la policía autonómica catalana. Aunque sin faltar al respeto por lo personal, los dos respondieron bastante airados o más bien ofendidos, y uno de ellos me preguntó si yo soy incapaz de distinguir entre víctimas de verdad y otras especies. Uno de los dos agentes usó la expresión "limpiar las calles" referida a la función policial, algo que me puso los pelos de punta, porqué a mi eso me suena a "Harry el Sucio" y a las películas de Charles Bronson que se inspiraron en un personaje de Mickey Spillane, un tal Hammer, el de "Yo, el jurado", en donde se apuesta por una policía expeditiva que opta por asumir no solo el rol de jurado, si no también de verdugo. Hammer se vanagloria de ahorrarle un montón de dinero al estado ya que, por el módico precio de una bala, el estado no deberá desembolsar los gastos del juicio ni la manutención del reo en la cárcel. Un chollo, vamos. En sus tiempos, la crítica acusó a Spillane de protofascista.

Debo contar algo más: muchos de los participantes en aquel foro soltaron "bravos" y "olés" a las intervenciones de los dos policías, así que por mi parte, mensaje recibido. Me disculpo y me retiro. Quizás no era el momento, pensé. Y por más que piense eso, me cuesta mucho aceptar que haya quien se alegre de que maten (o abatan) a un "terrorista" en plena calle, incluso yendo desarmado y con las manos levantadas. Y me doy cuenta de que debo puntualizar, cosa que no creía necesaria, pero lo hago so pena de seguir recibiendo capotes: me alegro de que la policía sea eficaz, y me alegro de que lleve a los delincuentes ante el juez. Si la ley es igual para todos (y debemos creernos de veras que "todos" significa "todos") esos delincuentes merecen un juicio justo y con derechos. Y si son culpables, a la cárcel. Sin dudas ni matices.

Pero no se puede tolerar una nueva forma de pena de muerte.

Y para terminar: a mi, lo que me duele de veras en todo ese asunto, me duele y me asusta y me deprime, es ver a los que aplauden una ejecución, eso es lo que llevo peor. Llevo varios días asustado (jo sí que tinc por), y estoy asustado y triste por las víctimas de las acciones terroristas, a lo que debo sumar el miedo, la pena y la congoja de ver que hay quien se siente contento de que se le peguen cuatro tiros al sospechoso, por más indudablemente culpable que sea.

Y, por no dejar ese texto en un lugar tan deprimente, digo también que espero reflexiones y debates. Cuando sea posible.

24 d’ag. 2017

La paella (2)

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Mientras el jardinero fornido rema en dirección al este, María P. Rodola Querodolaràs contempla esos músculos fabulosos y de obrero que la llevan hacia las costas de Italia, en donde cree que se salvará el meteorito que se avecina y que arrasará la península ibérica. Contempla el torso desnudo y musculado, los tejanos prietos que delimitan las medidas enormes de sus genitales. Sin embargo, pronto se olvida de las ideas lujuriosas y se da cuenta de que, a pesar de las muchas tardes pasadas con el mancebo en la alcoba de la mansión de papá, jamás han sostenido una conversación. Así que María P. empieza su monólogo. Está convencida de que el chico sabrá comprender el gesto, la condescendencia que contiene el hecho de que una auténtica señora catalana se digne ilustrar a un pobre xarneguet mientras este, el pobre, se esfuerza en la labor del remo.

-Mira, ahora no me acuerdo de como te llamas pero si que se que eres venido de por allá abajo, de Murcia o de Málaga, o quizás fue tu padre, el nouvingut a Cataluña. Cataluña. Ya debes saber que Cataluña es tierra de acogida, te habrás dado cuenta, claro, porqué a pesar de charnego eres listo. No te creas que yo nací en Cadaqués, pero Cadaqués me acogió muy bien. No a mi, si no a mi abuelito, que llegó a Cadaqués hace mucho tiempo para veranear y hacer negocios veraniegos y salieron todos los pobres del pueblo a aplaudirle, porqué mi abuelo les llevó prosperidad y cultura, a esos, a esos que eran unos analfabetos de mucho cuidado. Pero mi abuelo les ilustró, como yo ahora te ilustro a ti y te cuento cosas para que sepas más de Cataluña. Cataluña -el mancebo se percata de que cada vez que la señora María P. pronuncia "Cataluña" procede a una sensual caída de párpados, ya lleva cinco- Mi abuelito llevó prosperidad y millones, si, ¡millones! a ese pueblucho, lo digo porqué hay desalmados y botiflers que le acusan de cosas horribles... Mi abuelito llegó, se hizo levantar la gran mansión que tu sabes y luego invirtió en la industria local, y así contribuyó a levantar no solo el pueblo si no Cataluña entera. Cataluña, lo que oyes. Cataluña es lo que es (una nación grande, próspera, libre e indivisible) gracias a los hombres como mi abuelo y las mujeres como yo, generaciones de Rodoles sacrificados para aumentar Cataluña. Cataluña. Te dirán los malos de siempre que mi abuelo fue un especulador o un falangista, pero nada más lejos de la verdad. Mi abuelo se marchó del país cuando empezó la guerra civil pero no por falangista, eso no, si no por prudente. La prudencia de la Cataluña bien entendida. Tu de eso no sabes nada. Y volvió en el 39, volvió para empezar a reconstruir el país, Cataluña. Cuando digo "pais" digo Cataluña, igual te has dado cuenta. Se sacrificó por Cataluña y volvió, y empezó esa labor de reconstrucción nacional lenta y fatigosa, y le dió un montón de pesetas a l'Òrgan Cultural para que le salvaguardasen la lengua y la identidad, que vienen a ser lo mismo. La lengua catalana, que es la lengua de Cataluña. De Cataluña, oye bien lo que digo. De Cataluña.. Digan lo que digan los babelianos. Mala gente, los babelianos. O sea que es gracias a los dineritos que mi padre les dió a los de l'Òrgan Cultural que tu tuviste la oportunidad, qué digo la oportunidad, ¡el privilegio! de aprender a hablar en catalán en la escuela de los pobres de tu barrio. Si, ya se que tu sabes que yo llevo a mis hijos a la escuela suiza, pero es porqué mis hijos tienen el privilegio de tener una madre que les habla en catalán en casa, la lengua materna lo primero, y no necesitan aprender en catalán en la escuela como tu, ya que su señora madre, yo, les habla en lengua materna. Así tu tienes la oportunidad (qué digo oportunidad, ¡el privilegio!) de comprender y poder hablar un poco la lengua del gran poeta Redemptor Emprius, y de la gran novelista Mercè Rododèndrom, que como sabes son los grandes hitos de la literatura galáctica, ya que de otro modo te verías reducido a comprender solo la lengua del pobre Cervantes y del minúsculo García Márquez, un don nadie al lado de la Rododèndrom, porque debes saber que la literatura, como la democracia y la banca, se inventaron en Cataluña. Cataluña, como lo oyes. Y la filosofía: ningún filósofo supera a Ramon Llull. Ya se que te cuesta pronunciar "Llull", pero juro por el abat de Montserrat que si igual como has aprendido a decir "cony" aprenderás a decir "Llull", aunque deba empotrate la cara entre mis muslos. Muslos catalanes, de Cataluña. Eso se llama logopedia catalana. Catalana, de Cataluña.

En este mismo instante suceden dos hechos que interrumpen el discurso de María P. Rodola: le suena el teléfono móbil que lleva en el canalillo y el remero se da cuenta de que, cada vez que rema, el chapoteo de los remos suena "Cataluña, Cataluña", y de que han empezado a aparecer cabecitas de peces que sacan sus bocas circulares a la superfície para corear "Cataluña, Cataluña".

-Hostias -prosigue la descendiente del viejo cacique de Cadaqués- Dicen por tuiter, vía satélite, que lo del meteorito fue un error de la NASA y que nada de nada. Que no hay meteorito. Cataluña tendrá una agencia espacial mucho más especial que la NASA, con la ayuda de nuestros amigos israelís, y eso no volverá a suceder jamás. Así que ya lo sabes, da media vuelta y ponle proa a Cadaqués, con un poco de suerte y un poco de tu esfuerzo igual la paella no se nos ha pasado y todavía la salvamos. En cuanto lleguemos tu te vas a lo tuyo, y sigues con la poda de los geranios, y hablando de poda ¿ya sabes que llamarle "polla" al órgano masculino es catalán genuíno y no español? Te lo contaré un día de esos, y si me enrecuerdo te dejaré sorber las cabezas de las gambas.

La barca vira el rumbo y pone proa hacia lo que era la popa, la vieja Cadaqués. María P. percibe y agradece el esfuerzo que ha hecho el joven malagueño y le obsequia con una felación.

-Lo llaman "hacer un francés" pero deberían llamarlo "hacer un catalán" -suelta al fin- Porqué hincarse de rodillas es muy de catalán, de Cataluña. Pero que conste que ni mi abuelo ni mi padre no le hicieron ningún catalán a Franco, eso no. Eso nunca. Quizás nos arrodillamos ante Franco, eso igual si, pero los Rodola no llegamos a chuparle nunca jamás, aunque hay que admitir lo que es admitible, que el viejo gallego nos dejó muy bien apañados, a los Rodola y a los demás. A los Curulla y los Sufraguja, y los Puñol, y los Gordó, los Monyins, los Brías de Res, los Quidal-Fuadras, los Serrall, los Joca-Runyent, los Marganall, los Reventat, la Gimpera y los Feliu-Mas Denfeliu, Feliu  pero nada que ver con la cantaora de barrio de Sants. Porqué la pobre cantaora de barrio de Sants se apuntó a nuestro rollito de gratis, solo por salir un rato de la Tele3. Y ya lo ves: Franco está muerto y nosotros vivos. Y los de las izquierdas, muertos también. Estamos rodeados de muertos, lo señoritos de Cataluña. Cataluña, claro. Muertos en la cunetas, como los maricones. Cunetas catalanas. De Cataluña. Y nosotros ya los ves, ricos. Vivos y ricos. Rodeados de muertos y de charneguillos sumisos como tu. Todo gracias a Franco, pero que conste que al caudillo no le chupamos la polla jamás ni mi abuela ni mi madre ni yo. Bueno, lo de mi madre no lo juraría, pero igual fué por amor o por admiración, o por reconocimiento. O por la patria catalana: Cataluña. Pero jamás por convicción, eso no. Y nos vamos a zampar una paella rica rica. Anda, rema, guapo. Que para eso te pago. Con dineros catalanes. De Cataluña. Cataluña. ¿Ya sabes que el dinero y la prosperidad se inventaron aquí, en Cataluña? Cataluña. Sí.

(Continuará)

22 d’ag. 2017

La paella

a la memoria de Terenci Moix, en homenaje a su grandiosa novela "El sexe dels àngels"

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El cocinero solo cocina los domingos, y de entre todos los domingos del año, solo algunos domingos. Y cuando lo hace, solo cocina paella. Es su especialidad, le salen de rechupete. ¿El secreto? Doble ración de gambas, de las mejores, recién sacadas del mar.
-¿Te has fijado en que el pescador es charnego? Yo pensaba que por aquí no había...
-Una plaga, ya ves -responde ella, que contempla fascinada al cocinero.
Se trata de comerse un buen arroz con marisco pero también de echarse unas risas. Y es por eso que el cocinero, que en la vida laboral viste de uniforme, ha optado por una bromita. Lleva la gorra de plato, el cinturón con todos los aperos de cuero (porra incluída) y un tanga escueto, con la bandera estrellada por delante. Nada más.
-¿Has visto? Tengo la estelada más grande del pueblo. ¿Quieres ver como ondea?
Todos se ríen. Unos más que otros, porqué entre los invitados hay gente seria, de misa y carnet de la Lliga Democràtica Regionalista de Cataluña, el lustroso Liderecat.

Hay señores y señoras, entre los invitados. Es decir, gente muy moral. Todo el mundo sabe que don Javier lleva años acostándose con la asistenta filipina y que se recorre todos los prostíbulos de la comarca, pero todos se callan porqué don Javier da muchos dineros a la causa y además mantiene a una cobla sardanista entera y patrocina el Premi de Poesia Patriòtica Vila de l'Empordà. También se calla su mujer, quien a cambio del silencio y el respeto, se encama con el jardinero más joven y fornido de la cuadrilla de trabajadores que le cuidan la mansión. Todos saben que el chico es murciano, y casi todas saben de su buena dotación.

Está el presidente de l'Òrgan Cultural, tipo serio y como enfadado de normal pero hoy no suelta la botella de ratafía, de una marca olotina que ya producía ratafía para las tropas carlistas. Y un tal López anda medio escondido por atrás, espiando a las señoras con faldas cortitas o escotes profundos. López, el que antaño fue agitador de cervecerías y hoy líder de la Agrupació Nacional de Costellades, hombre influyente pero oscuro, tristón, se encuentra algo desubicado entre tantas glorias del pedigrí que no tiene. Ayer liberal y hoy carlista, López es un tipo listo y poco inteligente, y por eso ha percibido que el poder autonómico está en manos carlistas y ha sabido caerse de pie en el nuevo escenario. López sueña con ser ministro de algo o, en su defecto, comisario polìtico de cualquier cosa.

Y también está Meritxell Bestreta, una escritora que lleva años conspirando para que le den el Premi d'Honor de les Dèries Catalanes. Como la Bestreta ha venido a por lo suyo, se mantiene seria y sobria, y no ceja en torturar al primer incauto que se le preste con la lista de sus 193 novelas publicadas por la editorial Mantell de Montserrat, algunas de las cuales superan en catalanidad y perspicacia a las de la gran Mercè Rododèndrom. Cuando la escritora no consigue interlocutor, acecha una gamba descuidada y la engulle con la solvencia que le concede su dentadura postiza, que la ha rehabilitado como cazadora-recolectora. Su marido, antaño secretario de ayuntamiento franquista, anda por ahí, y aunque sea a cuatro patas sigue dándoselas de experto catador de vinos incluso cuando ya está desacreditado por completo. Pronto se le oirá roncar a la sombra de un palmito español mientras repite, en brazos de Morfeo: si no hubiese sido por mi sacrificio, la secretaría del ayuntamiento franquista hubiera recaído en manos de uno peor que yo, porqué yo, por lo menos, soy muy catalán, pero que muy.

Hay dos periodistas de Teleprincipat, un hombre y una mujer. Compiten entre ellos, a ver cual se muestra más ambiguo y bisexual, más accesible, ya que nunca se sabe y el periodismo está muy precario, muy jodido. El director del canal regional, un tal Fanchís, está en su casa muy cabreado por no haber sido invitado. Para consolarse, se piratea "Las barretinaires calentes amb xiruques", mito del porno catalanista. También están rabiando en sus casas respectivas Carles Campechano (su apellido les incomoda a los organizadores) y el pobre Surull, aquejado por un sarpullido que le afea el rostro y se lo atortuga un poco más. Cada vez me parezco más a Franco, verge santa de Montserrat! -vocifera solo, en el excusado.

De repente se produce un silencio y luego estallan los vítores y los aplausos. Acaba de llegar la anfitriona, María P. Rodola Querodolaràs, la dueña de la mansión en cuyo jardín se cuece la paella. Lo de llegar tarde a su propia fiesta lo hace por causa de su instinto de protagonismo demoledor. Algunos miran de soslayo hacia el jardín con ironía, para ver si también se ha incorporado al trabajo aquel jardinero tan apuesto que casi todas conocen. La señora es hija de la antigua saga de caciques locales que impuso su ley de fuego y hierro en el pueblo, y su abuelo es quien hizo quemar el local de la cooperativa de pescadores del pueblo para no perder negocio. Ella se desplaza entre un coro de agasajeadores y suelta frases algo ambiguas, como si estuviese algo obnubilada por alguna visión. De pronto, alguien lanza el grito que luego todos corean:
-¡In-incle- inclemènci-a!
Viéndoles asi nadie diría que aquí están los representantes actuales de la burguesía más rancia de Europa. Luis Buñuel soñó algo así pero esta gente no son de mucho Buñuel, que era baturro como esos que nos quieren quitar los tesoros de Sijena a nosotros, que somos más ricos y tenemos más estudios.

Justo entonces, el teléfono de Prudentmont vibra en su bolsillo. Lee el mensaje: la NASA advierte a las autoridades provinciales de que un meteorito de grandes dimensiones impactará en la península ibérica en menos de tres horas. Prudentmont, que obvia el trato vejatorio de autoridad "provincial" con que se le dirige la Agencia espacial,  deja el ukelele que andaba afinando a su vera y les comunica a todos que lo de la independencia ya es un hecho, porqué el universo les ha escuchado y ha conspirado para complacer su propósito secesionista. Eso le pasa por leer demasiado a Claudio Coelho (a propuesta de su santa esposa).

Algunos, de estrangis, empalidecen y a su vez elaboran planes de fuga. La dueña de la mansión y su jardinero más contumaz le roban la barca de pesca al pescador charnego y ponen proa hacia Córcega, una isla llena de independentistas.

(Continuará) 

21 d’ag. 2017

Tener o no tener (miedo)

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Los niños no le temen a la muerte. Quizás porqué la vida, de pequeños, no es un hecho del todo consciente. La muerte es poco más que el término de un juego. Hacerse el muerto, jugar a guerras y jugar a caerse muerto un ratito y luego te levantas. Yahya pregunta: ¿ya puedo estar vivo otra vez? cuando se ha cansado de yacer en el suelo del patio del cole. Aprenderán el drama y se harán conscientes de él más adelante. Y cuando sean conscientes del drama generarán apego al drama, apego a la vida.

Nietszche dijo que amamos al otro no por apego al otro si no por apego al amor. Lo de los mayores es eso, apego a conceptos tales como la libertad, la seguridad, el bienestar, la vida.

El filósofo Marx decía que el origen de la humanidad está en el hambre. Que el hambre nos irguió sobre dos patas, para tener las manos libres para poder agarrar la comida y que toda la historia es nuestra lucha contra el hambre. El miedo también está en el origen de todo: el miedo enseñó un montón de cosas a los humanos primigenios. Les enseñó a guarecerse de los males, a buscar refugio. Aprendieron de qué animales debían alejarse. Todos hemos experimentado miedos. Miedos infantiles y miedos adultos. Miedo a quedarse en el paro, a que nos abandone la pareja, al resultado de la resonancia magnética. Y por eso queremos trabajar, cuidamos de nuestros seres queridos, nos cuidamos. Sin miedo no hay nada. Tener miedo es sensato. Me gustan las películas de miedo, aunque la que más miedo me da es "El ladrón de bicicletas", lo confieso. "El ladrón de bicicletas" es la peor pesadilla filmada jamás. Según mi punto de vista, claro.

Mi padre siempre tuvo miedos: en tiempos de Franco, de la policía. En democracia, de la pobreza. En los 80, de que sus hijos se perdiesen en la droga. Mi hermano y yo crecimos en tiempos de la heroína, que nos rondaba y abundaba en el barrio. La primera vez que vi los ojos de mi padre libres del miedo fue cuando yacía en la cama del centro de cuidados paliativos, cuando sabía -a pesar de la morfina- que no había esperanza alguna. Cuando la muerte se inclinaba sobre sus boca para besarle, mi padre volvió a ser como un niño, sin miedo a la muerte. Se había liberado de la esperanza que nos esclaviza.

[Es cierto que el miedo y la esperanza nos llevan a cometer actos extraños, como esas manifestaciones de afecto a la policía que leo estos días y que entusiasmarían a Michel Foucault, otro filósofo que admiro].

Quién no tiene miedo es solo quién es un niño o quien se ha alejado de la esperanza. Y esos chicos que la tele muestra con caras de malos son niños sin esperanza. Ni les han dejado crecer ni les permitieron el acceso a ninguna esperanza. Ni la familia, ni el pueblo, ni la escuela. Fueron huérfanos de conciencia y de apegos, hijos de la miseria. Y es eso -y no mucha policía muy eficaz- lo que les habría llevado a amar su vida y por extensión, la vida. Nadie habla de la religión, ese instrumento tan perverso como pervertido. Una misa por las víctimas en la Sagrada Familia ¿de veras?. Nos llenan las pantallas con policías y curas para infundir seguridad, para que perdamos el miedo. Y por eso mismo construyen eslóganes -más bien pueriles- para exorcizar el miedo. La verdad es que, a mi, los curas y los policías me dan bastante miedo. Mucho miedo. Pero ese es otro asunto.

Llevo varios días preguntándome porqué esos chavales no tenían miedo. No lo tenían en absoluto. Ni tenían esperanza alguna, como los que cruzan la puerta del infierno, según el Dante. Me lo pregunto y me lo vuelvo a preguntar. Y siento miedo, claro que siento miedo y no me avergüenzo de sentirlo. Y también siento mucho dolor. ¿Cómo se construye el amor a la vida y la esperanza en esos chavales? Creo que el día en que sepamos hacerlo tendremos menos asesinos, menos muertos, menos exhibiciones de una emotividad -lo siento- tirando a hipócrita. El día en que sepamos dejar crecer a esos chavales con esperanza incluso nos podremos permitir, quizás, tener menos policías. Debemos hablar del miedo y de la esperanza, los dos conceptos que los nihilistas rechazan. Y construir futuros con miedos compartidos, compartidos con esos chavales. No hay otra salida.

[O quizás sí hay una: poner un policía al lado de cada uno de nosotros, para que nos vigile. Y luego otro para que vigile al policía, y así hasta el infinito, como la estupidez y el universo.]

17 d’ag. 2017

Roberto Zucco en las Ramblas de Barcelona

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Pienso en Roberto Zucco cada vez que se produce un "atentado terrorista" como el de hoy, día 17 de agosto, en las Ramblas de Barcelona. Pienso en Zucco (Italia, 1962-1988) y me acuerdo de Mohamed Merah, quizás el pionero de un cierto tipo de acciones en un país europeo. Pero el caso Zucco todavía me parece el paradigma a tener en cuenta.

Sobre Roberto Zucco hay mucha documentación y además una gran obra de teatro de Bernard Marie Koltès, que tuvo una buena adaptación al cine. El veneciano Zucco mató a su padre y a su madre (como el Pierre Rivière que nos contó Michel Foucault) y luego se embarcó en una carrera enloquecida de asesinatos en serie, en una huída por las carreteras del norte de Italia y después por Francia. Cuando le detuvieron, y una vez ingresado en prisión, proclamó que su periplo asesino obedecía a una militancia anarquista por la rama nihilista. Esa actitud, su filiación explicada a posteriori, obtuvo mucha predicación entre los grupos nihilistas de Europa, y creo que de ahí rescató Koltès el asunto para su estremecedora y genial dramaturgia.

Muchos años más tarde, en 2012, apareció un hombre que se llamaba Mohamed Merah en la prensa, que quizás algunos recuerdan. Merah terminó acribillado por la policía francesa, y muerto definitvamente por un tiro en la cabeza. Antes de eso se lió a tiros por la región de Midi-Pyrénées, cerca de su natal Toulouse. Merah coleccionaba un largo historial de pequeños delitos de hurto y de robo.

En el capítulo final de su vida, Merah protagonizó una serie de actos en Francia muy parecidos a lo que luego hemos visto y que han sido asociados al perfil del "lobo solitario" de filiación islámica violenta. El uso del coche, el desafío suicida, la exhibición de la locura, el desprecio por la vida -tanto la propia como la ajena-. La mayoría de los "atentados terroristas" (las comillas son muy deliberadas) tienen poco de eso y mucho de ataque de rabia desatada, locura ultraviolenta. Y ese tipo de arrebatos tienen mucho que ver con la salud mental y muy poco con el "terrorismo", que implica un cierto nivel de militancia y de sometimiento a una organización, elementos que no se pueden rastrear en esos casos que tanto nos afectan hoy.

La prensa francesa encontró en la biografía póstuma de Merah pruebas irrefutables de una "radicalización islámica", un concepto que hoy nos empieza a parecer algo así como un leitmotiv de la prensa y de los órganos de información policiales. Eso es posible, por supuesto: quién escribe no se pretende experto en terrorismo, tal como si se pretenden infinidad de tertulianos.

Pero yo siempre pienso en Zucco -y luego en Merah-, porque intuyo que hay algo de ellos en cada atentado con coches y furgonetas de los que nos afligen (y nos matan) en las ciudades mediáticas de Europa. Dicho de otro modo: no se puede hablar de esos hechos sin tener en cuenta la psicopatología social. Hay algo muy enfermo en nuestra sociedad, y esa enfermedad puede estallar a través de personas psicológicamente débiles, con historial biográfico terriblemente desgraciado.

No me gusta usar toda la artillería cuando hay muertos en una calle de mi ciudad, pero uno tampoco puede soslayar ciertos fenómenos: los miles de muertos en el Mediterráneo cuando intentan llegar a Europa, el pésimo futuro que se les ofrece a los inmigrantes africanos (incluso en su segunda y tercera generación), la nula capacidad de acogida de unas sociedades europeas golpeadas por la pobreza derivada de la crisis financiera, el clima agresivo y xenófobo que crece en nuestra cultura. Vivimos en un mundo cuya hostilidad crece: solo hay que ver lo que pasa en Virginia o las propuestas que exhiben los nacionalismos en auge. ¿Qué equilibrio mental y qué aprecio por la convivencia se puede esperar en los más débiles de un mundo con  las algaradas de Trump o el desprecio arrogante por el diálogo de funcionarios tan oscuros y mediocres como Puigdemont?

Nadie tiene la fórmula para volver a la cordura. Yo tampoco. Des de mi ignorancia casi infinita, diría que deberíamos buscar otros lenguajes y valorar el diálogo por encima de cualquier opción. Sin despreciar el respeto por las leyes de nuestras democracias, se debería promover un espacio de acogida y de escucha atenta del otro, del distinto. Aceptar que estamos enfermos como colectivo. El desequilibrio provoca la muerte. Hoy han sido los paseantes de la Rambla, ya sean turistas o autóctonos. Mañana puedo ser yo. ¿De veras queremos un mundo de fractura y de muerte?

16 d’ag. 2017

Un señor de Sabadell y un mandala


Hay en Sabadell un señor que ostenta (ostenta, sí, más que lleva) un apellido cuyo significado es el del más alto jerarca de un monasterio.

Este señor de Sabadell, alto dignatario de dos o más entidades que velan por la salvación de la lengua y la patria catalanas, se hace llamar "historiador local". Eso me gusta. El "historiador local" es una figura de tono entrañable porqué incluye la humildad: el historiador local es la persona que recoge los hechos de la microhistoria, sin la cual muchos fenómenos de la gran historia no se entienden. Su trabajo es oscuro, aplicado, silencioso, a menudo poco valorado. No le llevan a los grandes eventos de los historiadores de la Universidad y debe luchar contra viento y marea para que su ayuntamiento o una cuestación popular le permitan publicar sus estudios.

Este señor acaba de redactar un informe (encargado por una concejal -republicana, dice ella-) en el que recomienda eliminar algunos nombres del callejero de Sabadell. Los nombres que se deben eliminar, según el señor de Sabadell, son muchos. Destacan los del poeta Antonio Machado, Mariano José de Larra, el general Riego. Ya puestos, también Quevedo, Góngora. Todos ellos deben ser barridos por su escoba provista de lupa. La acusación es tremenda: se trata de individuos españolistas que odiaban a Cataluña. En su informe, el señor de Sabadell incluye agudas reflexiones historicistas y afirma que la presencia de esos autores en el nomenclátor de Sabadell demuestran que Cataluña es una colonia de España.

El informe del señor de Sabadell ha levantado más carcajadas que iras, como es normal entre la gente normal. Reconozco que yo, a menudo, también recurro a la carcajada ante la cosa patriota catalana. En otras ocasiones me deprimo o me asusto, pero la carcajada también me asoma. El otro día uno decía que, ante la demanda de nuevos nombres de calle para rellenar a los caídos, podríamos recurrir a los Pujol (padre, madre superiora y sus siete vástagos suman nueve y así, con poco esfuerzo, ya tenemos casi una decena de calles renombradas en el estricto censo de la catalanidad más pura).

El informe del señor de Sabadell aparece pocos días más tarde del cartel de la CUP en que una señora barre a los indeseables de Cataluña y los hecha al mar. Hay algo naïf y al mismo tiempo bravucón en los dos hechos. Pero también hay algo agresivo y violento, algo feo agazapado detrás del imaginario nacionalista.

Antonio Machado escribió: "Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón". Menos mal que don Antonio reposa en su tumba del exilio, en Colliure, donde su corazón se heló para siempre. Porqué, si su corazón palpitase todavía, se lo helaría de nuevo el informe del señor de Sabadell que se ha erigido en representante de una de las dos Españas -aunque el piense que su España no lo es porqué su patria chica es una colonia colonizada.

Llegará un día en que otros historiadores estudiarán el rebrote nacionalista catalán de estos últimos años, y yo me atrevo a sugerirles, a esos historiadores futuros, que se dejen asesorar por algún psiquiatra lacaniano, que les vendrá bien. ¿Porqué el nacionalismo favorece, abona y permite florecer lo peor de cada casa?

Ante ese despliegue de informes y carteles en que se pretende echar al mar y borrar de las calles a los que no cumplen con un patrón de catalanidad suficiente, yo me he puesto a hacer mandalas en lo alto de una montaña. Dicen que hay que predicar con el ejemplo. Hacer mandalas es de avestruz y de cobarde, ya lo se, hacer mandalas es proclamar la cobardía, igual que lo es decirse pacifista. Es incluso ridículo hacer mandalas cuando hay escobas gigantes que se agitan como banderas estrelladas en el horizonte y en los balcones, escobas como espadas.

Por más mediocre y cobarde que sea construir mandalas enmedio de la barbarie, creo que no está mal tomar esa actitud. El mundo es de todos, al fin y al cabo: de Antonio Machado y del señor de Sabadell, y no queda otra que convivir. O, en caso contrario, ver quién echa primero al mar a quién, lo cual no me parece muy civilizado. Si, en el mundo también debemos estar los cobardes que construímos mandalas en el monte y de paso le digo al poeta Machado: como yo soy nacido en Cataluña -como el señor de Sabadell- te pido disculpas en nombre de los nacidos en Cataluña. Que sepa, don Antonio, que yo amo su poesía y que he venido a rendirle homenaje ante su tumba de Colliure varias veces, ante la que leí, en voz alta, el poema de su infancia en un patio de Sevilla.

14 d’ag. 2017

Pujol según Casavella


"El día del Watusi" es de esa clase de novelas imposible de reseñar. Novela río, con torrentes, embalses, afluentes, delta incluído. Se podría reseñar, sin embargo, a partir de una idea de Borges: me imagino una reseña tan extensa como el propio libro, una reseña de 900 páginas para comentar una novela de 900 páginas, como el mapa del mundo a escala 1:1 que se sugiere en "Funes, el memorioso".

Otra forma oportuna de hablar de "El día del Watusi" es no hablar, y dejarla hablar a ella. El otro día inicié un comentario, y hoy decido transportar una página hasta aquí, dejar que hable Casavella. Es una página escrita en 2002, debo prevenir de eso.

[Solo me permito un comentario breve: a día de hoy, escucho a catalanes que se ríen de Donald Trump, el empresario metido a presidente, el hombre desbocado y gran patriota, el megalómano narcisista. Esos catalanes se olvidan del reinado de Jordi Pujol, que duró 30 años y cuya sombra tenebrosa y pútrida todavía se pasea por nuestras calles. Pujol también era un empresario (un banquero) metido a político, también megalómano y narcisista y también gran patriota -de ese país de fantasía que se gestó en su delirio.]


Página 525, en la edición de Anagrama de 2016:

Alzaron la cabeza al unísono, dieron media vuelta y se felicitaron en cuanto llegó "un Mercedes tan bonito como el nuestro", por usar la jerga de Villa Considerable, y del automóvil se apeó un señor pequeño que daba consejos sin parar a un corro faldero que le perseguía y jaleaba cada una de sus intrincadas frases. El señor pequeño parecía un autómata con la velocidad exagerada por algún error mecánico. Esa aceleración gestual se hacía evidente en el rostro, minado por la excesiva diligencia de los músculos faciales. Un chófer, en tono más compasivo que satírico, dio con el parecido cierto de aquel rostro y un balón de reglamento desinflado. El señor bajito se vio en la necesidad de hablarle al mayordomo octogenario. Cerró los ojos un instante, los párpados contritos por el peso de sus obligaciones trascendentes, de sus visiones, para abrirlos enseguida con una mirada partícipe de una voluntad retórica con suficiente confianza en sí misma para rendir a lo que se pusiera por delante, fuera cual fuera su rango, daba lo mismo un alto dignatario que una pared que el mayordomo:
-Yo, creerme que hay que pagar, no me lo he creído nunca, amigo criado. Debo insistirle, no obstante, no obstante, que Cataluña no puede permitir un trato semejante en tan dolorosas circunstancias, circunstancias difíciles para todos, como ya anuncié en su día, hoy. Y sepa usted, le insisto, insisto en este punto que me parece de importancia para Cataluña, que a Cataluña le insulta el trato despectivo, secular, milenario, cósmico, infinito, que usted inflige a Cataluña. Dígale a quien corresponda que Cataluña se distingue no sólo por su sensatez, si no también por su empuje, su rabia, su coraje. Cataluña. Y dígale también que si Cataluña ha venido hoy aquí  ha sido por respeto y porque yo dirijo y no dirijo Banca Catalana y Cataluña. En la sombra y al sol, pero ante todo en la sombra, eso es verdad, hasta que los catalanes digan "Cataluña, Cataluña". Con astucia, Cataluña. Pero con buen juicio, Cataluña. Por eso ha venido Cataluña, aquí, no por amistad ni por compartir las ideas de ese hombre, que pese a haber nacido en Cataluña, y vivir en Cataluña con los beneficios del dinero de Cataluña, no amaba a Cataluña. ¿Me ha entendido?
El mayordomo huía hacia la mansión, una ruina modernista, aullando "¡Cataluña, Cataluña...!". Los mastines se revolcaban en el césped y ladraban "¡Cataluña, Cataluña...!". Libre la entrada, la comitiva del señor pequeño y persuasivo se fue aproximando al cementerio a buen paso bajo la sombra de los olmos y de la nube fonética "Cataluña, Cataluña, Cataluña...", y al cabo de un solo segundo reapareció entre los rieles del punto de fuga, el volumen de la conversación en aumento. "Cataluña, Cataluña, Cataluña". La comitiva subió al Mercedes y, cuando estaba a punto de arrancar, el señor bajito creyó necesario decirles a los guardias civiles "Cataluña, Cataluña, Cataluña...". Adiós, polvo de la cuneta.  

8 d’ag. 2017

Revolución, el concepto

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Por lo que nos cuentan, en estos momentos hay dos revoluciones de ricos (de pijos, lo llaman algunos) en marcha. Una está en Venezuela y la otra en Cataluña. Incluso leo a uno que, henchido de patriotismo, celebra que la catalana haya sido anterior a la venezolana. Las patrias son así: siempre ganadoras, siempre pioneras en algo.

La revolución de los ricos liberales de Venezuela es una revolución en toda regla: con tiros, muertos, fuego en las calles, palizas, bloqueos internacionales, detenidos, etc. Allí hay incluso ricos que se juegan el pellejo, aunque como suele pasar prefieren que salgan los pringados a la calle, a batirse en su nombre.

Lo de Cataluña es otro asunto. Como cualquier fenómeno en versión catalana, nuestra revolución solo lo es un poquito. Una miqueta de revolució, però no molta. El carácter catalán, ese tret diferencial que junto a la sardana y la butifarra amb seques demuestra que somos una nación milenaria prefiere la mesura y siempre tiene en cuenta el asunto de la caja. La caja registradora y la cuenta en La Caixa. Hay que hacer la revolución, si, pero también hay que comer y con las cosas del comer y las del patrimonio no se juega.

Es por eso que en uno de los sectores más revolucionarios y aguerridos de la revolución catalana, esos chicos y chicas de la CUP, hay quien decide alquilar su apartamento en la costa a través de Airbnb. A 750 euros la semana, a ver si pica algún turista. No creo que el chaval de Premià al que le han pillado sea el único.

Lo de Premià (tanto monta el de Mar como el de Dalt) va a pasar a los anales de la historia de Cataluña, aparecerá cerca de Pilós, el Guifré, porqué Pilós empieza por P, como Premià y como Pujol, que tiene una casa por allá y creo que sus raíces familiares están por allá. Florenci, el abuelo de la deixa, creo que vivía en Premià. En el caso de Pujol, padre inspirador de la revolución de los ricos catalanes, la pequeñez de lo catalán se cuestiona. Porque si bien Pujol es de estatura pequeña no se le puede despreciar: el semental arremetió duro y es padre de siete pujolets (cinco pujolets y dos pujoletes).

Las gestas militares catalanas también suelen ser pequeñas, como entrañables, con algo de ruido y pocas nueces (y el ruido debe cesar a las 10 de la noche, para poder descansar y acudir mañana despiertos y alegres al trabajo). Al ejército de Napoleón lo detuvo un niño con su timbalet, él solito. Sus mayores estaban ocupados atendiendo a los clientes en el colmado familiar, que no cerró ni en caso de invasión francesa y además la invasión enemiga es una ocasión inmejorable para esquilmar al cliente y subirle los precios por las nubes.

La revolución de los catalanes ricos nació con el divertido eslógan de "la revolución de las sonrisas" y va camino de ser la revolución de las carcajadas. El otro día los currantes del aeropuerto de Barcelona se pusieron de huelga y se armaron unas colas tremendas en los vestíbulos de El Prat. A los voluntariosos comandos de jubilados de la ANC no se les ocurrió nada mejor que ir a sulfurar a los turistas atrapados en este país (¡vaya país en el que quedarte atrapado!) y a repartirles unas octavillas que piden el voto para el Sí (¿a los turistas?) y en donde se cuenta que la culpa de las colas es de España, porqué en la República catalana casi inminente des de hace 5 años no habrá colas. Eso si es una propuesta revolucionaria.

Dice un señor de la ANC, esa organización, que las urnas están guardadas en una embajada extranjera. Como en Barcelona no hay embajadas, uno no sabe qué pensar. Igual se refería a un consulado. Y muy probablemente se refería a un consulado honorario, que no es exactamente un consulado sino el piso de un cónsul honorario. El cónsul honorario suele ser un empresario con mucho dinero y con buenos contactos en el país que consuela, y con el que tiene montado bonitos negocios. De modo que... ¿hay 8000 urnas en un piso de Barcelona? Igual en vez de urnas son urnitas, que es más catalán. Igual, vete a saber, Echenique sabía de lo que hablaba cuando habló de "poner cajitas".

Nos quedan algo menos de sesenta diítas antes de la fechita del referendumito, toménselo con calma y buenos alimentos, pongan sus dineritos a buen recaudo y prepárense a ver la revolucioncita de los catalanes ricos. En directo por Tv3.

5 d’ag. 2017

El Watusi en 2017


La prosa de Francisco Casavella inspira e incluso ilumina. Pero no se puede imitar. Hay algo indefinible (o demasiado definible) que hace de Casavella uno de los grandes autores catalanes, y de "El día del Watusi" una de las mejores novelas sobre Barcelona. Déjense de plazas de Diamante y otras monsergas ñoñas. Si yo escribiese las guías turísticas de esta ciudad, incluiría "El día del Watusi" incluso a pesar de sus largas y magníficas casi 900 páginas.

Dice Javier Pérez Andújar en su aportación promocional de la contracubierta (edición de Anagrama de enero de 2016):
Lo que hace Casavella en su literatura heroica es desvelar un secreto, contar una Barcelona a la que se le ha negado toda existencia.
Pocas veces he leído una frase promocional con tanto sentido. Lo de Pérez Andújar es otro caso de iluminación, pero será para otro día. Con solo comentar la frase del escritor de San Adrián podría llenar tres o cuatro folios sobre literatura en Cataluña, sobre la historia ocultada de Barcelona, sobre el conflicto entre autóctonos y emigrantes y sobre como ese conflicto se traslada a la literatura.

Así, si Pérez Andújar muestra el conflicto en "Paseos con mi madre", Casavella lo deja en el fondo y lo invoca solo a veces, entre bromas, porqué la gravedad del asunto es demasiado grande, demasiado trágica. Es casi incomprensible que jamás hayan hablado de eso los escritores catalanes que escriben en catalán (y cada vez peor, quizás porqué soslayan la materia literaria más urgente que tenemos aquí). Eso también es otro asunto. Un día de esos. Quizás me espero a que se os pase la hinchazón del nervio nacionalista. Si es que se os pasa. Veremos si es más larga mi paciencia o mi vida.

En el primer capítulo del segundo libro, "Viento y joyas", Casavella abre la sección con una descripción magistral del barrio adonde han ido el protagonista (Fernando Atienza Picazo) y su madre, Flora. Una portería, un semisótano en donde la humedad juega a la geografía en las paredes podridas. Y describe así el barrio, en un párrafo de antología de las letras españolas. Y catalanas:
Aún no era septiembre y y habíamos ocupado la portería en la que iba a trabajar mi madre, un sótano próximo al gran templo que bautiza el barrio donde impone su sombra. Toda la ciudad, y no sólo las familias de comerciantes y empleados a los que ella iba a servir, comulgaba con un exagerado afecto por la quimera arquitectónica. Eran incesantes las cuestaciones populares para que el delirio creciera aún más. "¡Ya tenemos cinco torres! ¡Ya tenemos seis!", exclamaba la población con entusiasmo. Los domingos, gente preparada se cogía de la mano y, en cenefa circular, daba saltos frente al pórtico, mientras sonaban agudos instrumentos de viento y las palomas echaban a volar, disgustadas con el alboroto. El proyecto inacabado, un ejemplo de megalomanía transferido a un colectivo lleno de complejos, ganaba cada tanto en horror, y parecía alimentarse como un vampiro de la esencia de los edificios que le rodeaban: fábricas con tejado a dos aguas medio hundido, portalones modernistas que se me antojaban un misterio y apenas guardaban descampados, viviendas de inicios de siglo con fachadas del mismo gris mediocre.
Ahí está, en pocas líneas, la Barcelona de la que sí se puede hablar: la Sagrada Familia, la sardana y el sonido estridente de la cobla, la ciudad decadente y ese gris que es el de las fachadas y de la clase media catalana. Casavella se irá despachando con todos: clase media y clase alta, y esos catalanistas que han pasado de franquistas a demócratas convencidos, y que hoy son separatistas de toda la vida. Todo eso es el fondo, y cuando ese fondo asciende a la superficie del relato lo hace en tono cómico y a menudo sarcástico, esperpéntico. Quizás esa sea la mejor forma de abordar esa parte de la tragedia catalana que no sale en los libros.

Me dicen que hay un librera de Barcelona que se tatuó una W de Watusi en su piel. Y ahora, leyendo por fin la novela de Casavella no solo la entiendo. A mi me han venido ganas de comprarme un bote de espray (pintura negra) y estampar la W al lado de las coloristas pintadas de los secesionistas y de los partidarios de no se qué referéndum. Ya lo dice Casavella: el eslógan de aquél antiguo referéndum nos llegaba a través de una cancioncilla muy pegadiza: "Habla pueblo, habla". Al protagonista de "El día del Watusi", ese eslógan le sonaba a una invitación a la delación. Pues eso.

La lectura de "El día del Watusi" me divierte y me emociona, me entristece, a veces me deja aturdido y como fatigado. En otras, siento que podría permanecer leyendo hasta que salga el sol para caer rendido entonces, como en las antiguas noches de sexo que ya casi no recuerdo. Hay muy pocas novelas capaces de hacer todo eso. Y mientras uno lee también piensa en todas las preguntas que se van abriendo en la mente, la mayoría de las cuales o bien tienen respuestas demasiado obvias o bien nos cuestionan sobre una maldad antigua que no admite respuestas. Y también sobre la vida. Pienso mucho sobre la triste Cataluña y me pregunto a qué viene soslayar a Casavella (para hablar de mediocridades como la nombrada antes). En este triste país que ahora ha iniciado el aparato argumentativo para salvar a Pujol se manda al olvido a los autores que no podían haber salvado como país.

Y los lectores de Casavella nos sentimos como sombras que corretean por las calles, de noche, extraviados y estúpidos, supervivientes escasos de una masacre que jamás se escribirá en la historia. ¿Quién era el Watusi? ¿Era una encarnación del dios Dioniso?.




1 d’ag. 2017

En los desiertos, andar


Este desierto es pequeñito. Parece hecho a la medida humana, de modo que uno piensa que si es capaz de andar en línea recta podría salir de él en pocas horas.

Sin embargo, contiene la esencia del desierto. No hay caminos. O puede que todo el desierto sea un camino, solo que no se sabe hacia qué parte, hacia adonde. El desierto es engañoso: no es todo monotonía y esconde sorpresas. Como la vieja cabaña abandonada. ¿Se refugiaba aquí un pastor, cuando había pastores? ¿Hubo pastores? ¿Cuando desapareció el último pastor?

En el desierto también se ocultan esas lagunas pequeñas, hundidas, con aguas verdes y cangrejos rojos. Hay centenares de ellos rotos y devorados, en la ribera. Hay aves que les cazan y se calzan un banquete de cangrejos. Sin embargo, ahora no pasa nada.

Uno puede caminar y pensar en el silencio, porqué le han dicho que silencio y desierto son palabras que van de la mano, pero no es cierto. No se trata ta solo del zumbido, ocasional e inoportuno de los grandes coches extranjeros que zumban por las pistas señaladas. Se trata de lo otro. Ese rumor de fondo.

Hace algunos años me dignosticaron un acúfono. Eso significa que, en el oído izquierdo siempre escucho un pitido lejano, como si alguien, en un piso del bloque de enfrente tuviese un aparato eléctrico encendido, una radio sintonizada en el espacio vacío entre dos emisoras. Con el tiempo he aprendido a vivir con mi pitido. A veces ya ni lo percibo aunque se que siempre está ahí. ¡Para lo que hay que oir...! me dijeron una vez.

Este desierto de altas formaciones puntiagudas y de oscuras grietas es el resultado de una violencia casi inconcebible. De tierras que se hundieron, de mares que se desplazaron, de enormes fuerzas tectónicas cuya energía no podemos imaginar. Nosotros también salimos de una violencia gigantesca y atroz. En este país más o menos en paz en donde nos preocupamos de que los hombres no de despatarren demasiado en el asiento del metro, vivimos más o menos en una paz que procede de mucha violencia. Nos preceden un sinfín de guerras y de crímenes horrendos. Mis cuatro abuelos, por ejemplo, tuvieron que emigrar de sus pueblos de origen por distintas razones, pero el denominador común es el hambre. Hay hombres que condenan a otros hombres al hambre, y eso es otro tipo de violencia, sin brusquedades ni despilfarros bélicos, sin bombas y sin puñales ni banderas ni proclamas solemnes ni desfiles. La violencia del hambre tiene unos perdedores que enferman y mueren y unos ganadores, que escriben libros de historia. Los primeros piden pan, los segundos exigen urnas y leyes que les legitimen.

La garza real se alza ahora de entre los juncos de la laguna de las aguas verdes. Es un pájaro elegante, que se eleva como si lo vieses a cámara lenta y con una banda sonora de violoncelos. Es un ave soberbia, bellísima. Es ella la que destroza, cruel, a esos cangrejos rojos y suelta sus cuerpos mutilados en la ribera. Esa ave existe gracias a la mortaldad de otra especie, mucho más humilde, esos crustáceos asustadizos que nadan para atrás y se esconden entre las algas.

Mi abuela paterna llegó a Barcelona procedente de un pueblo mucho más al sur. Cuando ya tenía 90 años y la cabeza se le iba por un laberinto de recuerdos que bajaban como aludes, contó que su pueblo, de cabañas como las de "Cañas y barro" era tan pobre que la gente cazaba las ratas. Eso pasaba hace poco más de un siglo.

Siempre se sintió extranjera en Barcelona. Eso de hacer sentir extranjero al emigrante que huye del hambre también es una forma de violencia. En este caso, es la violencia de la que yo surjo. Yo, que ahora ando, ocioso, por el desierto.